“Sentí miedo cuando algunas de mis fuentes empezaron a recibir amenazas”
La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios desde diferentes zonas del país. Este relato corresponde a los desafíos que enfrenta un colega que cubre temas relacionados a la minería ilegal, que decidió guardar su identidad.
09.09.2025
Hace unos meses, cuando empecé a hacer coberturas más profundas sobre actividades extractivas ilegales en el norte de Carchi, mi provincia, descubrí que la sola mención de la minería ilegal es peligrosa.
En más de 16 años como periodista jamás sentí el temor a informar, incluso en los tiempos más difíciles sentía que hacer las cosas respetando los principios periodísticos era posible.
En la frontera norte hay narcotráfico y trata de personas, contrabando de todo tipo, pasos informales que sirven para facilitar la comisión de estos y otros delitos, y los periodistas lo sabemos. Aún así, se podía hacer periodismo.
Pero hace año y medio, cuando empezaron las actividades extractivas en el noroccidente de la provincia y se empezaron a ver indicios de cómo esta actividad financia otros ilícitos perpetrados por grupos disidentes del sur de Colombia, todo cambió.
Sin garantías para el ejercicio profesional, en un contexto de violencia generalizada y sin un medio grande que respalde mi trabajo, llegó la inevitable autocensura y la presión para dejar de lado el tema.
Fue inevitable sentir miedo cuando algunas de mis fuentes empezaron a recibir amenazas o cuando el medio en el que colaboro me pidió parar de investigar ante el riesgo de represalias.
La minería ilegal mueve a diario miles de dólares, capaces de callar conciencias, contaminar y destruir, y el periodismo debería estar ahí, no solamente para documentar lo que ocurre si no para investigar a profundidad, pero eso se ha vuelto casi imposible también porque cada vez hay menos recursos para financiar las investigaciones, sobre todo en las pequeñas redacciones, en donde prima la coyuntura, la rapidez y la urgencia por llenar los espacios.
A pesar de ser un grave problema, solo se trata de forma superficial en la agenda pública, usualmente con una sola fuente oficial y sin profundizar.
Es cierto también que fuera de la narrativa oficial, hay muy pocas fuentes que se atreven a dar información, y cuando lo hacen, insisten en que su identidad se mantenga en reserva. Eso obliga a los periodistas a tener cuidados adicionales para evitar poner en riesgo a quienes se atreven a hablar.
Todo eso me ha generado mucha frustración, pues a todas esas dificultades, se suma la complicidad de ciertas instituciones públicas que ocultan, invisibilizan, desinforman o susurran que todo estará mejor, aunque los hechos digan lo contrario.
A pesar de que casi no hay el respaldo estatal o de organizaciones de la sociedad civil para ejercer investigar en estas zonas, he logrado publicar trabajos a profundidad con el apoyo de financiamientos independientes. Eso demuestra que a pesar de los enormes desafíos, sí hay formas de hacer periodismo de investigación sobre minería ilegal y eso me da esperanza para seguir buscando las formas de contar aquello que busca quedar oculto.
Durante este tiempo he entendido que el periodismo en territorios atravesados por economías ilegales se ha vuelto un oficio de alto riesgo, ejercido casi en soledad, sin garantías ni respaldo suficiente. Pero también estoy convencida de que contar esas historias es imprescindible: porque mientras el miedo busca silenciarnos, la verdad sigue siendo la única herramienta para enfrentar la impunidad.
Publicado el Amenazas al oficio
