“Decidí reconstruir mi profesión y en el camino me reconstruí a mi misma”
La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios de periodistas en diferentes zonas del país. Este es el relato de una colega que dejó de lado el oficio.
23.07.2025
En abril de 2017, llegué desde Santo Domingo de los Tsáchilas a una zona rural de Quevedo. En una casa humilde, había dos niños, de 5 y 7 años, con las manos vendadas. Habían sufrido cortes con un machete, al intentar defender a su mamá, pero no pudieron: ella fue asesinada a machetazos por su esposo, el padre de los niños, frente a ellos.
Ese día empecé a cuestionarme si debía seguir en la profesión. Empecé a sentir miedo y ansiedad constantes incluso antes de llegar al lugar del crimen. Esa sensación aumentaba al ver imágenes del cuerpo sin vida y escuchar audios desgarradores de los familiares de las víctimas, para contextualizar el delito y contarlo en las notas.
Hace cinco años dejé el periodismo, una profesión que había ejercido por más de una década y que fue afectando, de a poco, mi salud mental y física, sin que me diera cuenta.
Como corresponsal en un medio nacional, siempre cubrí de todo, pero los hechos de violencia —que se conoce como “crónica roja”— ocupaban cada vez más espacio en la agenda.
Cuando se trataba de femicidios era aún peor. No me sentía capaz de redactarlo con la distancia y la frialdad que el medio lo exigía. Me abrumaba además el tratamiento que le daban a estas noticias en los medios: titulares amarillistas culpando a las víctimas, sin hablar de la estructura social detrás de la violencia machista y el ejercicio del poder sobre las víctimas.
Yo quería escribir sobre eso. Entrevistar a especialistas en violencia de género, hablar de los niños, niñas y adolescentes que quedaban desprotegidos, de la violencia estructural, del abandono del estado, profundizar. Y la respuesta siempre era no.
A esto se sumaba la precarización laboral, pues trabajaba entregando facturas, sin tener afiliación a la seguridad social y sin recibir ni siquiera el salario básico de periodista. Sentía que ningún esfuerzo había valido la pena.
Entonces, llegó la pandemia y me despidieron. Sorpresivamente, sentí algo de alivio, pero también preocupación porque no sabía qué pasaría con mi carrera profesional.
Mientras pasaban los días también sentí que necesitaba esa pausa obligada y ni siquiera lo había notado. Ya sin la presión del trabajo, empecé a notar las señales que me estaba dando mi cuerpo: agotamiento; dormía menos y mal, siempre estaba cansada y no sentía ganas de volver.
Busqué ayuda de una psicóloga y me diagnosticó agotamiento por la profesión, algo que ni siquiera sabía que existía. Entonces decidí reconstruir mi carrera y en el camino me reconstruí a mi misma.
Empecé a trabajar en comunicación para el desarrollo en varias ONG. Y descubrí algo inesperado: podía incidir más desde ese lugar. No solo contaba los hechos, también ayudaba a prevenirlos, y podía hablar de violencia sin normalizarla.
Y, sobre todo, empecé a sanar. Porque en ese tránsito también comprendí que muchas de las violencias que narraba estaban presentes en mi propia vida. La dureza de mi trabajo me ayudó a reconocerlas y no permitirlas.
En este giro profesional siento que puedo abordar los temas de género y violencia sin sentir que me estoy rompiendo por dentro. Puedo hablar de lo doloroso, sí, pero desde otro lugar: uno que también me sana.
No reniego del periodismo. Fue la herramienta que me permitió conocer la realidad de muchas mujeres y ver la cara más cruda de la violencia y el abandono. Además, era un camino por el que debía andar para ser la mujer y la profesional que hoy soy.
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