“Como periodista comunitaria y mujer indigena, muchas veces he sentido el racismo”

Amenazas al oficio

La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios de periodistas en diferentes zonas del país. Este relato es de una colega que se dedica al periodismo comunitario y cuenta cómo ejerce la profesión.

25.08.2025

Desde que era niña soñaba con estar en la tele y hacer periodismo pero veía que en los medios tradicionales casi no se tocaban realidades como la mía. 

Como mujer racializada y de clase popular, sentía que ese espacio nos estaba negado: no solo no aparecemos en la agenda editorial, sino que tampoco somos quienes contamos nuestras propias historias.

En mi búsqueda de un periodismo que hablara de realidades como la mía, encontré el periodismo comunitario. Desde allí, las historias se cuentan con las voces y experiencias de la comunidad —que puede ser un territorio o un grupo de mujeres o jóvenes— para mostrar su realidad. Las fuentes no son solo personas a las que se consulta por su conocimiento o testimonio; participan activamente, ayudando a decidir qué contar y cómo hacerlo, y antes y después de publicarse se lo enseña a la comunidad y se reflexiona sobre él.

He hecho todo tipo de coberturas pero las más problemáticas son aquellas en las que hay enfrentamientos, como el paro de 2019. Ni yo ni mi equipo pudimos prever la violencia que se desataría ni lo que significaba narrar la muerte y el dolor, ajeno y propio. 

En ese paro, yo estaba cubriendo una marcha liderada por mujeres indígenas. En un momento, las y los dirigentes se acercaron a la policía y hubo una aparente tregua. Las manifestantes se detuvieron a compartir comida y yo, junto a ellas, aproveché para descansar y conversar, pero de un momento a otro, explotó la primera bomba de gas lacrimógeno y, en minutos, eran decenas. Quedé atrapada en el gas y perdí el conocimiento. 

Ese día, como muchos otros, yo elegí estar frente a la barrera de la policía, con los manifestantes, no detrás. Y esa decisión es consciente. Lo hice porque creo que el periodismo comunitario se ejerce desde el otro lado del poder, viviendo las historias desde adentro. En ese caso, junto a las mujeres que protestaban, para así poder narrar su dolor y su lucha, sin perder el rigor y la profundidad. Este periodismo puede ser criticado por no ser “objetivo” pero no pretender serlo, al contrario, opta por tomar una postura.

Como periodista comunitaria y mujer indigena, muchas veces he sentido el racismo, sobre todo cuando uso mi ropa tradicional. Cada vez que la policía me ve con anaco, me llenan de preguntas y revisión constante de mis credenciales. 

Una vez, a pocas cuadras de mi casa en Quito, fui interceptada por dos policías; me interrogaron y querían que muestre mi celular. Me negué y saqué mi credencial de prensa. Su respuesta fue “¿pero es periodista o es revoltosa?”.

En otra ocasión, en un plantón en el que había organizaciones indígenas, los policías asumieron que yo era parte de la manifestación porque vestía mi anaco. Se me acercaron varios agentes mientras yo tomaba fotos y me empezaron a preguntar con violencia si la calle se iba a cerrar o cuánto tiempo duraría el plantón. Les dije que era periodista, no manifestante. Entonces, intercambiaron miradas burlonas, me miraron de pies a cabeza y se fueron. Eso es bastante común, que asuman que estoy protestando por cómo me veo. 

En otra marcha, mientras a otros compañeros periodistas la policía les permitía hacerse a un lado, a mí me insistían que me retirara.

En un país donde el racismo, la desigualdad y la violencia atraviesan la vida cotidiana, un periodismo que narra desde dentro incomoda porque desarma la versión única del poder. Después de estos años de ejercerlo, estoy convencida que es una forma legítima y necesaria de contar la realidad y lejos de restarle valor, la decisión de asumir una postura pone en el centro las voces históricamente silenciadas y permite que una comunidad hable por sí misma





Publicado el Amenazas al oficio
Periodistas Sin Cadenas